01. Plaza de los Pescadores (Alegrías)
02. Mirando atrás (Bulerías)
03. Abuelo Juan (Seguiriyas)
04. Contigo me den las doce (Bulería por soleá)
05. Cuna de los tangos (Tangos)
06. La tortolica (Levantica)
07. La Chanqueña (Bulerías)
08. Y viva Andújar (Caña)

Tenía Cristo Heredia (Almería, 1990) la mirada limpia, muy noble, elegancia de espíritu y sensibilidad bellísima. Y una finura de educación en las palabras y en los gestos. El buscarse por el río interior iba ya en serio. Y abrazarse a los cantes hermosos y al alumbramiento de su abuelo, El Pirri, y de su padre, El Hércules, creador de letras para tantos grandes. Y el Cante que se aprende en la calle por La Chanca, que dialoga como expresión de vida, con todo el arco de los sentimientos. Que va de la voz sola anegada en dolor, a la familia festiva de la bulería. Y luego sumergirse en la historia de los sones, y hacerlos suyos con exigencia y con respeto. Beber del manantial de los mayores. Compartir la pasión, el deslumbre y esfuerzo con los jóvenes. El crecimiento sin medida.

Acude sin descanso a Peñas, Festivales flamencos, Concursos de renombre, obtiene premios y no cesa de actuar en el país. Arde de lo oscuro a la luz. Canta con Tomatito y con Niño Josele, que le pone en contacto con Paco de Lucía, quien descubre su portentosa voz auténtica. Tan flamenca, gitana –con belleza y misterio-, con una pujanza única, matizada por la gama completa de las emociones.

Al-Haud, el nombre de su barrio, lo traducen los arabistas como la Hondonada, y la Hoya viene a significar lo hondo. Nombres que alumbran de manera simbólica lo que viene ocurriendo con el Cante. Aquí los hondos. Las Cuevas de las Palomas, para el vuelo. A lo más hondo van los pescadores de La Chanca. A las alturas, por encima de las torres de la Alcazaba, vuelan los hombres sus palomas con las alas pintadas. Con ellos, Cristo Heredia, cantaor, baja al fondo y se eleva a su cielo radiante. No se aparta de la inmersión y el vuelo, en el tesoro limpio de su trayectoria. Aquí hay un Cantaor que se abre el alma y enciende su buena lumbre, que ha de perdurar por los siglos.