Naranjo habla en estas páginas de José Sánchez Bernal y de Naranjito de Triana. Del niño que se fue haciendo hombre solo, aprendiendo de la vida, y del cantaor. Lo hace con espontaneidad y sinceridad, y con valentía. Y habla también de flamenco, de compás, de sentimiento, del pellizco, de la pureza de los cantes.

Naranjo habla en un riquísimo sevillano, en un trianero de cuando Triana era Triana. Leyéndole redescubrimos la palabra olvidada, el giro castizo, el modismo que nunca se debería perder. Naranjo es, además, un conversador de los pocos que van quedando. Su charla es amena. Su ironía, finísima. Su capacidad de comunicación verdaderamente asombrosa.

Y hay más. Su vida no es sólo el episodio irrepetible, la antología de la gracia, la omnipresencia del ángel, su vida es historia social de Triana, de Sevilla y del cante flamenco.